domingo, 27 de mayo de 2007

Asesinando a Antígona

por José Jesús Villa Pelayo

Después del 11 de septiembre, advino sobre la Tierra, como una tromba repentina, un nuevo orden mundial desolador. Ya, en diciembre del año 2000, cuando muchos advirtieron que las elecciones para elegir al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica habían sido un fraude; se mostraban al público mundial los rasgos fundamentales del gobierno que tomaba el poder político en Washington.

Los Neoconservadores o Neocons (como se les ha llamado) representan algo más que un nuevo estilo de gobernar. Se trata de una secta fundamentalista compuesta por ex trotskistas, cabalistas y fanáticos ultra-conservadores que bebieron del cáliz ideológico de pensadores neo-hobessianos (seguidores de la doctrina secreta de Platón) como el profesor Leo Strauss o Allan Bloom, entre otros.

Fervientes cultores del “caos controlado”, los Neocons son depredadores, la materialización y humanización del cinismo y violación de la Ley Natural, en todas sus variantes, epitomados en el ahora famoso “Proyecto para el Nuevo Siglo Americano” [Project for the New American Century]. Y aunque la secta se ha venido a menos en los últimos dos años: el escándalo del ex presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, es, en realidad, sólo la guinda de la torta; todavía conserva una poderosa influencia política e ideológica en la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Pentágono.

Los romanos distinguían, sabiamente, entre dos formas de derecho según su fuente, el Ius, que no era más que el Derecho Humano, y el Fas o el Derecho Divino. Ellos entendían la diferencia obvia entre la Ley de los Hombres y la Ley Natural. Algo que hoy en día resulta difícil de percibir con claridad, aún entre los más perspicaces filósofos del Derecho.

En estos días, durante los cuales vemos con estupor el bombardeo inclemente de la aviación israelí sobre la franja de Gaza. Y observamos, con desconsuelo e impotencia, en julio del año pasado, cómo el gobierno del partido Likud devolvía a la ciudad de Beirut a la Edad de Piedra y el 30 de ese mismo mes uno de sus aviones F-16 asesinaba a más de 25 niños en un edificio de la bíblica ciudad de Caná; cuando, también con indignación, observamos los bombardeos sobre las ciudades afganas, después del 11 de septiembre, sobre Bagdad y la destrucción de Falujah (durante la Batalla de Fallujah); entendimos que la Aldea Global (permítaseme el término de McLuhan) estaba dado un giro impredecible hacia la violación reiterada de la Ley Natural.

Antígona representa la Ley Natural ante el tirano Creonte que, en la tragedia de Sófocles, ha dictado un decreto según el cual el cuerpo de Polinices, hermano de Antígona e hijo de Edipo, no reciba honras fúnebres. En la Ilíada, Homero hace retrato de esta tradición que desconoce y viola, de manera descarada y cruel, la Ley Natural. Todos recordamos que Aquiles, bajo la esfera de influencia de Agamenón, deshonró el cuerpo muerto de Héctor. Y el mismo Agamenón había ofrecido a su hijo Ifigenia en sacrificio a Artemisa para que los barcos aqueos pudieran zarpar hacia la ciudad de Troya.

Así como Creonte y Agamenón, prototipos del tirano despiadado, a quien poco le importa la vida humana, el presidente Bush y su círculo íntimo y familiar de Neocons han perdido todo respeto por la vida humana, por el cuerpo humano, recuerda a aquellos “asesinos por naturaleza” de la epigramática película de Oliver Stone. Este Nuevo Orden Mundial que, repentinamente, sobrevino sobre la Tierra, es imagen y símbolo del asesinato legitimado.

Pero el gobierno del presidente Bush no solamente gusta de irrespetar la vida humana y con ello la Ley Natural, es degustador del flagelo de los prisioneros de guerra y constante y acérrimo violador de la Convención de Ginebra. En Abu-Graib quedó demostrado, también en Guantánamo, esta baja inclinación moral del gobierno que lidera George W. Bush. Además, el ahorcamiento de Saddam Hussein, en diciembre del año 2006, y aquellas palabras, días después, pronunciadas por el presidente Bush: “Hubiera preferido que la muerte de Husseim hubiese sido más digna” prueban la naturaleza descarada, cruel y cínica de los Neoconservadores Cabalistas. El mismo André Glucksmann no escribió: ¿”Occidente cierra los ojos, pero hay gente dispuesta a degollar y a filmarlo”?

Para un filósofo, como el profesor Leo Strauss nada de esto podía resultar extraño. De hecho, Strauss postulaba ideas neo-hobbesianas y evidentemente malvadas como “la norma de la vida política puede encontrarse íntimamente vinculada al engaño’’, ‘’el género humano es intrínsecamente perverso’’ o ‘’Si no existe una amenaza externa tiene que ser creada’’.

Antígona es asesinada todos los días, en Bagdad, en Guantánamo, en Abu-Graib, en Basora, en Beirut, en la franja de Gaza, en Caná, en Fallujah. Es asesinada cuando el gobierno de los Estados Unidos ignora el Protocolo de Kyoto y mira con desprecio el cambio climático global. Es asesinada cuando el gobierno de los Estados Unidos aborrece la Corte Penal Internacional y aboga por la inmunidad absoluta de sus soldados alrededor del planeta. Asesinar a Antígona es, en definitiva, exterminar la Ley de los hombres y la Ley divina.





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